sábado, 25 de septiembre de 2021

FCCyT vs Conacyt: el contexto


La reciente acusación que se hace a un grupo de 31 científicos y personal del Foro Consultivo Científico y Tecnológico (FFCyT) por parte del gobierno, no se da en el vacío y es el más reciente episodio en una larga batalla en pos de controlarlo, como se ha hecho ya con otras instituciones, como la Comisión de Derechos Humanos. Vamos por partes.

 

La ciencia y los científicos

¿Por qué los científicos? Son un gremio naturalmente escéptico, crítico y además con prestigio social. Una organización de voces críticas independientes es incómoda, así que desde el día 1 empezó un ataque sostenido contra el gremio y en especial contra el FFCyT, cuya naturaleza misma es ser un foro que da asesoría y contrapeso para que las decisiones relacionadas con ciencia no se tomen de forma unilateral, sino informada.

 

La bitácora

En octubre de 2018, Conacyt anuncia su intención de promulgar una nueva ley de ciencia, con cambios como querer incluir humanidades y promover culturas originarias. El FFCyT denunció y criticó no sólo el contenido sino la forma de buscar aprobar la ley, de modo exprés y con visos a la concentración de poder en la toma de decisiones, sin considerar las opiniones de nadie más. En 2019 el Conacyt creó un “foro” paralelo para cumplir con la normatividad de consulta, en efecto dejando de lado las opiniones del FFCyT.

Ese mismo año empezó una andanada, ya no sólo de cambio de regulaciones, sino de tratar de desfondar al foro, negándoles los fondos de operación que la ley vigente exigía. Para enero de 2020 un juez federal sentenció que el Conacyt debía entregar dichos fondos, pero la sentencia ha sido desacatada desde entonces.

De febrero a junio de 2020 continuaron los ataques públicos y de cambios no consensuados a las regulaciones, por parte de la directora de Conacyt. Esto tuvo como desenlace la renuncia de la directora del FFCyT, que sin fondos de operación y con la constante intimidación, consideró que ya no podía realizar sus funciones y presentó al público una clara e incisiva carta de motivos. Esta lenta asfixia fue ampliamente juzgada como muestra del alejamiento activo del Conacyt de las opiniones de la comunidad científica.

Con el FFCyT silenciado de esta forma, la segunda parte del 2020 fue una cascada de despropósitos y malas decisiones.

Desde el uso de una cuenta oficial para promover un “Decálogo contra el Covid”  hasta culpar de las comorbilidades al “maíz neoliberal”, las declaraciones de las más altas autoridades de la ciencia fueron desde lo surreal hasta lo peligroso. La comunidad científica alzaba la voz en lo que podía: el Cinvestav se unió a la crítica de la Ley de Ciencia y el mismísimo Mario Molina (qepd) declaró que México estaba en una ruta “de regreso al siglo anterior.”

Ninguna crítica ni opinión fue escuchada.

Las declaraciones de ese tipo eran una cosa, pero el Conacyt y el gobierno federal se embarcaron, sin contrapeso, en un constante proceso de deconstrucción de abril a octubre. Empezaron con decir que las becas SNI se les cancelaban a investigadores de entidades privadas, siguiendo con retirar los apoyos a becarios en el extranjero (“ni un peso más”); dejaron de lado la biotecnología en el nuevo reglamento de Conacyt; hicieron cera y pabilo con las reglas del SNI, y en general recortaron ó apoyaron programas de forma arbitraria, ante la constante queja de la comunidad científica.

Todas esas son cosas mal manejadas, pero hubo dos hechos más graves aún, siempre, como he repetido, sin ningún contrapeso ni consulta. La primera fue en abril, con la aprobación de un dictamen en la Cámara de Diputados de meter al Ejército, al Consejo General de Investigación Científica, con el argumento de “seguridad nacional.” De este tema no se ha hablado lo suficiente.

Y por supuesto, el tiro de gracia fue la brutal y unilateral extinción de docenas de fideicomisos de todo tipo para ser administrados directamente por el gobierno federal. La ciencia y tecnología sufrieron la extinción de 73 fondos para un total de 25 mil millones de pesos, agregando con cinismo, que “no faltarán recursos” y atacando de paso a los beneficiarios.

El hecho fue tan bárbaro que lo comentó con alarma la prestigiosísima revista Science, y las universidades de Harvard, Yale y Oxford firmaron una carta pública para pedir que se reconsiderara la decisión.

De nada valió.

Mientras en mayo de 2020 apoyaban esos mismos fideicomisos, un año después los habían confiscado con una votación lamentable, para empezar a administrarlos de forma opaca: incluso aceptaron que parte del dinero destinado a la ciencia se había usado para pagar la compra de una refinería en Texas.

 

¿A dónde hemos llegado?

Aún asfixiado el FFCyT, las críticas de la comunidad no se han detenido ante esta larga lista de atropellos, así que este último capítulo parece ser un ataque más al disenso.

Ahora bien, ¿los científicos son inmunes a la investigación legal por el mero hecho de pertenecer a esa profesión? Por supuesto que no, malandros hay en todos lados. Pero ese no es el punto: el punto es que se da dentro del contexto que acabo de mencionar. El proceso acusatorio ha sido de tal desaseo y falta de proporción, que varios jueces lo han criticado y se han negado a respaldarlo, bloqueando en dos ocasiones las órdenes de aprensión solicitadas. Sin embargo esto no ha detenido el ataque y seguimos a la expectativa del desenlace, aunque a juzgar por los tres años anteriores, no hay mucha razón para ser optimistas. 

La historia de este asedio a la crítica y a la ciencia es muy desafortunada y tomará mucho trabajo volver a encarrilar la de por sí no muy boyante actividad de apoyo al quehacer científico. Por otro lado, las voces de los investigadores siguen escuchándose, cada vez hay más receptividad entre los inversionistas nacionales hacia proyectos de ciencias de frontera, y al final, la generación de conocimiento es una actividad universal que no reconoce fronteras, ni ataduras, ni camisas de fuerza mentales.

Y si algo nos ha enseñado esta pandemia, es que son la ciencia y la cooperación las que vez tras vez, nos ayudan a superar las crisis.

#CienciaParaTodos

 

  

miércoles, 22 de septiembre de 2021

¿Qué será de ti, Señor, cuando yo muera?

 

Rainer Maria Rilke (1875-1926) fue un poeta alemán cuyas letras se distinguen por su intensidad casi mística y el frecuente uso de lo religioso. Rilke se definió como “una cuerda más de esa humanidad que lleva milenios gritando” y rechazó el “Dios ha muerto” de Nietzsche, pues le parecía que sumía al hombre en un escenario desolado. Se angustia también ante las respuestas científicas de su tiempo a la pregunta de la existencia, considerando que dividen cada vez más la antigua hermandad entre ciencia y filosofía: “¿Es posible que, a pesar de las invenciones y progresos, a pesar de la cultura, la religión y la universal experiencia, nos hayamos quedado en la superficie de la vida?”

A veces acercándose con humildad a lo sagrado, interrogándolo, invocándolo a bajar a acompañarlo en medio de su fragilidad... Rilke también hace preguntas melancólicas y anhelantes que a veces rayan en lo sacrílego, aunque siempre es sobre todo, intensamente poético.

Un ejemplo de estas dudas intensas es su angustioso pero bellísimo ¿Qué será de ti, Señor, cuando yo muera?

¿Qué será de ti, Señor, cuando yo muera?
Soy tu cántaro ¿qué será de ti cuando me rompa?
Soy tu bebida ¿qué será de ti cuando me seque?
Soy tu vestidura, tu oficio,
perdiéndome, pierdes tu sentido.

Sin mí serás vagabundo, no tendrás
quién te reciba con cálidas palabras.
Soy tus sandalias: tus pies cansados
errarán descalzos cuando yo no esté.

Tu manto poderoso caerá de ti.
Tu mirada, que mi rostro abrigaba
con suave calidez, buscará abatida
esos remansos que te ofrecí

Y mientras el atardecer se despinta, tornará
a yacer sobre el frío regazo de impasibles rocas.

¿Qué harás, Señor, entonces? Tengo miedo.

  

  

sábado, 11 de septiembre de 2021

Balzac, y esas cosas "en lo profundo del corazón humano"

 

“Hay fenómenos que, aunque grotescos, son muy comunes, y sus causas pueden encontrarse en lo más profundo del corazón”, nos dice Balzac, ese buen observador de la naturaleza humana.

En su magnífica novela Papá Goriot (1835), el escritor francés nos relata una historia más o menos típica del joven estudiante sin dinero (Eugene de Rastignanc), que se enamora de una bella aristócrata (Delphine de Nucingen) y de la rica sociedad parisina. Su idealismo juvenil y sus escrúpulos lo hacen dudar ante las tentaciones que van desfilando ante él, ofrecidas tanto por baronesas como por ex convictos, mientras que su piedra de toque es el humilde Papá Goriot, un viejo amable que vive en la misma pensión que él.

Pero la historia no es sino el escenario ante el cual van desfilando las certeras observaciones de Balzac acerca de la sociedad y de “lo más profundo del corazón” del individuo. Comparto aquí algunas de sus frases más agudas:

 

“Hay quienes saben que no pueden ya esperar nada de aquellos con quienes viven; han mostrado el vacío de sus corazones a los que los rodean y en lo más íntimo, saben que son juzgados con dureza y que se han ganado tal juicio. Pero aún así, sienten un deseo irrefrenable de escuchar halagos que no merecen, y se consumen con el deseo de aparentar cualidades que no poseen, en espera de ganarse la admiración de una audiencia siempre nueva.”

 

“Esta cuestión va a la raíz de tantas injusticias sociales: quizá es parte de la naturaleza humana el inflingir sufrimiento en cualquier ser que lo soporte, ya sea por su propia naturaleza humilde, por indiferencia o por pura impotencia. ¿No gustamos de sentir nuestra propia fuerza, aún a costa de otro? Aún el más bajo pordiosero intentará escribir su nombre en el mármol inmaculado de un monumento.”

 

“Una de los hábitos más detestables de una mente diminuta es achacar a otros su propia, maligna mezquindad.”

 

Sabes los pasos que debes dar y yo por mi parte, sé de la pureza de tus intenciones. Así que te digo sin ninguna duda, “¡Adelante, mi amor!” Si al decirlo tiemblo, es porque soy tu madre.”

 

El talento es escaso y la corrupción abunda: la corrupción es el arma superflua de la mediocridad... y su enemigo es la honestidad.”

 

La aristocrática Madame de Nucingen está con el joven estudiante Eugene de Rastignac y éste dice que aún le falta mucho para poder ser exitoso y que es una tarea formidable, a lo que ella contesta, “¡Lo harás! Mírame a mí, que no creía poder ser tan dichosa.” Balzac comenta:

“Es prerrogativa de la mujer el probar lo imposible con lo posible y el aniquilar los hechos con presentimientos.”

Y más adelante, cuando ambos se hallan juntos en un palco de la ópera:

“El rostro de Madame de Nucingen, reflejando dicha, era tan hermoso que al verlo la gente se permitía esos pequeños chismes contra los cuales las mujeres se hallan indefensas, porque los dichos escandalosos que se profieren con ligereza, son  creídos con seriedad. Quienes de verdad conocen la sociedad de París, no creen nada de lo que escuchan y no dicen nada de lo que en verdad pasa.”    

* *

 

Cuando el hombre no es una mera máquina cubierta de piel, sino que es un teatro en donde se despliegan los más grandes pensamientos y sentimientos, entonces se convierte en un dios. Un sentimiento, ¿qué es esto, si no el súbito encapsular el mundo entero en la mente?”

 

“Hay un rasgo característico que define la estrechez mental de muchos miembros de la burocracia: una reverencia mecánica, involuntaria e instintiva hacia El Nombre: el de aquél que es el Gran Ministro de su sección. Ese Ministro es administrativamente infalible, tanto como el mismo Papa para los católicos, y su aura toca todo lo que hace o dice, y lo que se hace o dice en su nombre. Su nombre lo cubre y todo lo legaliza todo, pues su mero título es garante de la pureza de sus intenciones y de la rectitud de su voluntad. Ese rango puede usarse como salvoconducto de ideas que el pequeño funcionario no osaría realizar por sí mismo. La obediencia pasiva es bien conocida en la burocracia y la milicia: el sistema silencia la conciencia, aniquila al individuo y termina por convertirlo en poco más que un engrane de una gran maquinaria.”

  

La indiferencia ante la suerte de los otros es lo más común en este mundo egoísta: a la mañana siguiente de la tragedia buscamos entre los eventos del día una nueva sensación para ese insaciable apetito de emociones.”  

 

Eugene había contemplado la sociedad en sus tres fases: obediencia, lucha y rebelión, y dudaba de su decisión. La obediencia es tediosa, la rebelión imposible, la lucha peligrosa... Eugene no quería ver las cosas con demasiada claridad, y deseaba encontrar una razón para vender su conciencia.”