jueves, 1 de abril de 2021

Feliz cumpleaños, Milan Kundera


 

Quienes hayan leído alguna diatriba mía acerca de literatura, sabrán que hay cuatro autores en especial a quienes admiro mucho: James Joyce, Alfonso Reyes, Jorge Luis Borges y Qian Zhongshu. Todos ellos son monstruos de erudición, amos absolutos del lenguaje, virtuosos del estilo: deslumbrantes de tanto talento.

Pues bien, nunca se los había dicho, pero pongo a Milan Kundera por arriba de todos ellos.

Kundera es el único autor de quien he leído toda su obra múltiples veces y mi opinión sería sin duda la misma si sólo hubiera leído Los Testamentos Traicionados, los cuentos cortos de El Libro de los Amores Ridículos, y Palabras incomprendidas: la parte 3 de La Insoportable Levedad del Ser.

El estilo de Kundera es difícil de describir: sus palabras son sencillas como Hemingway y las vivisecciones sicológicas de sus personajes van igual y más profundo que Dostoievski o Rushdie. Su estilo no es virtuoso y por lo tanto no es imitable: su esencia es que, simplemente, Kundera es sabio.

Michael Ende dijo que “una bella poesía no contiene sabiduría, sino que es su resultado.” Así es la obra de Kundera: leerlo es escuchar a un viejo sabio, que ha visto todo, que ha perdido todo y ha visto a muchos más perderlo todo también. Todo lo acepta, entre melancólico y burlón, y te lo dice.

Milan Kundera no te deslumbra mostrándote hermosas construcciones fantásticas en las alturas enrarecidas del lenguaje, ni te intimida con su erudición:

Él simplemente, te conoce. Sabe. Y te hace un guiño.

Te habla directamente. No como un narrador en primera persona, sino como el ser humano Milan Kundera (El Libro de la Risa y el Olvido). Te dice de lo cotidiano; de lo que se siente al estar esperando con desgana el ruido del despertador, y de estar desnudo frente a alguien vestido (La Inmortalidad). Te hace cómplice al observar el salto al vacío de dos amantes que al jugar un peligroso juego de roles, no saben detenerse (El Falso Autostop). Te describe exactamente lo que se siente besar a alguien a quien alguna vez quisiste besar, y a quien no deseas más, pero lo haces siguiendo un juego tortuoso de envidia y de celos (La Lentitud). Y cada una de esas escenas es mucho más que una estética, un recurso narrativo o una parte que adelanta la historia: son parábolas que no pretenden aleccionar sino ver.

Toda la obra de Kundera es así: no es ideal ni paisaje, sino espejo. Te conoce porque se conoce y sabe sentir y decirte, “así es, es lo que hay, así somos.” Entre escenas de sus personajes, reflexiona por ellos y para sí, y sus frases calan, mueven y se reconocen ciertas, o más bien certeras: por darnos cuenta de la profundidad a la que bajó para sacarlas. Al leerlo lo esperamos en la superficie del pozo o de la mina,  viéndolo bajar y salir una y otra vez, mojado, tiznado, aterido a veces, burlón a veces.

Sabiendo. Compartiendo.

Cuando en La Insoportable Levedad del Ser vemos a Tereza debatirse entre el ansia de libertad y las cadenas emocionales de su madre y de Tomas; o a Sabina y Franz intentando sin éxito asirse el uno al otro, asentimos. Sabemos que así es. No necesitamos haber pasado por el desafío a los tanques de Tereza ni el exilio y las traiciones de Sabina para saber y entender lo que sienten: porque lo que Kundera nos retrata son estados del alma, que se pueden encarnar en muchas circunstancias.

Leerlo es conversar con ese viejo que te cuenta historias que nunca se le acaban, que escucha tus tribulaciones y asiente y sonríe, a veces melancólico, a veces burlón. Ese viejo que lo ha visto todo y te ofrece otro café u otra copa de vino.

 

Hoy Milan Kundera cumple 92 años.

Feliz cumpleaños, maestro. Quédate un año más.

 

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