Todos conocemos Dracula, la inmortal obra de Bram Stoker escrita en 1897: terror gótico, encarnado en un vampiro que llega a a Londres a crear caos y beber sangre. Una de las versiones fílmicas más recientes, la de Francis Ford Coppola (1992) recrea la historia con desviaciones mínimas de la aventura de la novela.
En ella, el joven inglés Johnatan Harker viaja a Transilvania para venderle una casa al misterioso conde, pero descubre que es un vampiro y es hecho prisionero mientras el monstruo viaja a Londres, fascinado por un retrato de Mina Murray, prometida de Harker. Sin embargo el estrafalario doctor Van Helsing, experto en demonios y cosas parecidas, descubre la naturaleza del conde y con çayuda de otros personajes, cazan a Drácula de regreso a su tierra.
La novela ha sido objeto de incontables encarnaciones en cine, y en 1922 el genial director alemán F.W. Murnau dirigió una de las versiones más icónicas de la historia: Nosferatu, A Symphony of Horror.
Esta versión, además de su mérito artístico, es extraordinariamente interesante porque cambia la historia de forma dramática: de ser una historia acerca de un vampiro, a ser un estudio mucho más sofisticado, acerca de la peste y la histeria masiva. Veamos sus fascinantes detalles:
La película comienza diciendo que es “Un recuento de la La Gran Peste de Wisborg en el año 1838”:
Toda la primera mitad de la historia es la misma: el joven Hutter viaja a Transilvania en busca del misterioso Conde Orlok, que quiere comprar una propiedad en el ficticio pueblo alemán. Ahí, también descubre el secreto del monstruo —que duerme de día en su ataúd— y éste también se siente fascinado por un retrato de la joven esposa, Ellen.
Pero la historia diverge a partir de que Orlok sube a un barco de vuelta a Londres: en la travesía, empieza a matar a todos los marineros, que creen que están siendo atacados por la peste, y que se esparce por los puertos por donde llegan. La alarma hace que las autoridades cierren el Estrecho de los Dardanelos, suspendiendo el movimiento de barcos:
El barco maldito llega a Londres sin un solo marino vivo, y Orlok sale de él en forma de una gran cantidad de ratas (en la novela lo hace en forma de lobo).
Cuando los investigadores revisan la bitácora del capitán, se aterran al ver que éste había escrito de la posibilidad de estar transportando la peste, y su reacción inmediata es regresar a sus casas y cerrar puertas y ventanas:
Acto seguido, envían agentes por toda la ciudad, a alertar a los ciudadanos: son oficiales que tocan un tambor en la calle y leen el edicto urgente: “Nadie debe salir de su casa, por temor a que puedan dispersar la enfermedad por la ciudad”
Pero de nada sirve pues Orlok, recorriendo los hogares de manera fantasmal, se va cobrando vidas:
y la población poco a poco desciende a un estado de miedo y de sospecha constante: nadie sabe “quién está sano y quién enfermo”
Finalmente, la multitud se vuelve loca, empieza a pensar en causas sobrenaturales, y echan la culpa al pobre Knock, el jefe de Hutter. El conde Orlok controla la mente de Knock, haciéndolo decir toda clase de cosas raras y parecer como demente. De manera que la turba prontamente lo acusa de la desgracia y lo presigue para lincharlo:
Aquí, el profesor Bulwer (el equivalente de Van Helsing) no es ni demonólogo ni nada parecido: es un botanista interesado en especies depredadoras. Quien finalmente encuentra la forma de acabar con el vampiro es Ellen, que se sacrifica con tal de que el vampiro salga hasta que la luz del día acabe con él.
Desaparecido el monstruo, desaparecen las ratas que llevan su plaga mortal:
Vale la pena revisitar este tipo de obras clásicas y, dejando de lado los aspectos sobrenaturales, constatar el conocimiento que desde hace mucho tiempo tenemos acerca de las plagas y de cómo reaccionar ante ellas. Por otro lado, nos muestra las consecuencias del siempre presente peligro de sucumbir a la irracionalidad y el pánico ante una crisis.
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