A ver señores, orden
en la sala por favor.
El ruido es ya
ensordecedor. Las declaraciones delirantes, se suceden diariamente desde el
púlpito mal llamado mañanera, y se convierten en la orden del día para estar
vociferando y olvidándonos de lo importante. Si tomáramos la mitad del tiempo
que dedicamos a criticar esas sandeces en Twitter o a lado de la máquina del
café, y lo empleáramos para ayudar a conectarnos, o a respaldar un proyecto
local de una ONG, o simplemente a terminar esos reportes que le debemos al jefe, estaríamos mucho
mejor. Y seguramente menos estresados.
Que si fue el Estado o
que si no lo fue, es la más reciente burrada que nos hace poner el grito en el
cielo.
Cierto que yo mismo
critico el mal uso y el abuso del lenguaje, y que repetidamente he dicho que
los regímenes autoritarios lo distorsionan para crear sus realidades. Tengo
meses denunciando el #GansoSpeak de la 4T como un intento de crear un nuevo
lenguaje repleto de eufemismos, equívocos, sustituciones tramposas y retórica
divisiva. Lo seguiré haciendo.
Pero esta vez no es
el caso.
El caso es que nos
estamos volviendo locos y deberíamos serenarnos y ver las cosas por lo que son.
Y seré el primero en admitir que yo también me aventé como gorda en tobogán
cuando vi el encabezado: “el presidente dice que siempre no fue el Estado.” Así
que ni tardo ni perezoso puse un par de tuits sarcásticos para aprovechar el trending
topic y ver si eso me ganaba un par de seguidores, que es nuestra moderna moneda
de cambio en el ciberespacio. Dime cuántos seguidores tienes…
Pero estoy divagando.
Aquí está lo importante:
En la imagen están
las palabras del presidente. Hay videos. Los podemos estudiar. Ahí no dice que “no
fue el Estado”, o por lo menos no de la forma que medio Twitter lo interpretó,
como si estuviera echándose para atrás después de años de decir que sí fue el
Estado.
Respiren.
Lo que dijo en ese
mítin, lo que está ahí escrito en la transcripción, es una sandez. Es una
incoherencia que no debería merecer atención ni miles de horas hombre de
desgarrarse las vestiduras. Fue, como se dice en inglés, un brain fart,
o una cantinfleada. Cierto que lo que implica es tétrico, pero no dijo lo que
todo mundo dice que dijo.
Aquí va.
Lo que está diciendo,
que es una incoherencia, es esto: primero, que es difícil saber quién es el
culpable cuando hay un crimen de Estado. Claro, porque el Estado no se quiere
investigar a sí mismo. Hasta ahí todo bien. En ningún momento deja de implicar
explícitamente que el caso Ayotzinapa haya sido perpetrado por quienes siempre ha dicho.
Lo que hace es decir que ahora,
como él es el Estado, sí se puede saber quién fue, simplemente porque
ahora el Estado —o sea él— es bueno. Desde luego que eso es una burrada a todas
luces, y no tiene ningún sustento ni legal ni lógico. Es una revoltura retórica grotesca que no deja de implicar quién fue, pero abandona un término crucial, sólo para decir que ahora sí se puede saber quién fue.
Pudimos haber dicho, “otra
cantinfleada más”, así como cuando le preguntaron del desabasto de gasolina y
se puso a hablar de tortilleras. Pero elegimos tomar unas palabras mal dichas —sustentadas
en una visión eminentemente voluntarista y torpe del gobierno— y torcerlas para
ajustarlas a una narrativa que nos place: la que dice que un día dice algo y al
día siguiente dice lo opuesto.
Que sí es verdad, pero
esta vez no fue así. Sé que esta opinión no va a ser popular porque ya pasó un día completo de estar todo Cristo denunciándolo alegremente.
Ahora bien, no sé cómo va a
terminar este nuevo episodio: quizá dé una corrección más estrambótica todavía en su siguiente conferencia de prensa. Pero es irrelevante cómo acabe; lo que sí sé es que dentro de pocos días
habrá otro nuevo episoio que nos hará olvidar a éste. Así como hemos olvidado lo de:
—“Si se pasan ya saben lo que les pasa”
—Una señora arrodillada frente a él y su gabinete por más de un minuto
—“La gente es como mascotas que hay que alimentar”
—“Los médicos y enfermeras deben comprar las medicinas que falten”
—“El narco es pueblo”
Y un largo,
larguísimo y deprimente etcétera.
Este alud de
barbaridades nos está volviendo locos. Serenémonos. Respiremos. Hay cosas más
importantes que palabras mal dichas. Cierto que este abuso del lenguaje tiene
que ser constantemente criticado y rechazado, pero esta vez no fue lo que creímos
que fue.
No gastemos tanta
energía en protestar como pollo descabezado. Lo mismo va para la marcha del 1
de diciembre, pero eso amerita un post aparte.
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