Fue hace muchos años, en la cocina de la casa; estábamos juntos mi papá,
mi mamá, mi hermana y yo. Hablando tonterías, haciendo comida, riéndonos.
En otras ocasiones he dicho que mi padre era un señor de antes: recio, de fuertes convicciones…
y sobre todo casi incapaz de realizar actos afectuosos. Esa tarde en la cocina,
pasó una cosa que siempre hemos recordado.
Él estaba al lado de mi hermana, de un lado de la barra. Mi mamá estaba
del otro lado, cerca de la mesa, y yo estaba sentado. Por algún motivo inescrutable,
mi papá abrazó a mi hermana, que tendría unos 15 años, y la besó.
Ella se quedó tan sorprendida como mi mamá y yo, pero lo único que alcanzó
a decir fue, “papá, hueles muchísimo a cigarro.”
Mi padre había fumado toda su vida, desde los 14 años. Fumaba en el coche
con las ventanillas arriba, fumaba en casa, en la mesa… fumaba más de dos cajetillas
al día.
Hasta esa tarde.
Nunca, jamás volvió a
tocar un cigarro en su vida.
Hace 10 años que se
fue, con su mano en mi mano. Sus últimas palabras fueron “yo te quiero más.”
Fue un hombre libre,
envidiable, generoso; que sabía arreglar cada problema con un destornillador, o
con sopa y tortillas, o con un chiste, o con silencio.
Son 10 años pero te extraño como si fuera ayer. Podría intentar decir cuánto, pero las meras
palabras no pueden expresarlo.
Recuerdo tu mano en
mi mano, y tu última frase, y eso es suficiente.
Precioso!!!
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