Hay cosas que suenan mejor cuando las piensas que cuando las dices.
Cuando la conexión entre el cerebro y la boca tiene falso contacto o un
problema con el filtro, pasa que, como decimos en mi rancho, riegas la manteca.
Y si insistes en componer la burrada que acabas de decir, luego terminas
cavando más el pozo en donde solito te metiste.
Hay una genial anécdota de Quevedo y el rey Felipe IV que ejemplifica esto.
La referencia es seguramente apócrifa pero como ya sabemos, una buena historia
no requiere ser verdadera, sino verosímil:
El rey le decía a Quevedo que siempre había que disculparse al causar
una ofensa; Quevedo decía que no, que disculparse podía empeorar las cosas. El
rey no podía creer semejante cosa y le dijo al escritor que se lo demostrara.
En un descuido, mientras don Felipe volteaba para otro lado, Quevedo le agarró
las nalgas. Al ver al rey sorprendido ante semejante osadía, el poeta le dijo, “Perdone
Su Majestad, pensé que era la reina.”
Si eso en realidad pasó, don Felipe seguramente quedó convencido de que
en efecto querer componer una barrabasada no siempre es lo mejor, y la
honestidad a veces hace que uno riegue el tepache de peor manera.
Yo no es que le haya agarrado las naylons a alguien por equivocación,
pero en la última semana he cometido un par de despropósitos. El primero fue
cuando una amiga que conozco desde hace 13 años, publicó una foto suya de cuando
tenía 20, era deportista internacional y se veía como diosa griega. Como
estábamos conversando cuando la publicó, le quise hacer un cumplido pero no
salió exactamente como esperaba. El diálogo fue más o menos así:
-
- ¿Eres tú de chiquita?
-
- ¡Sí!
-
- ¡Qué bonita estabas!
-
- …
-
- Bueno sigues estando,
claro. Pero quiero decir que, ¡qué bonita es la juventud!
-
- … ajá.
-
- Eh, bueno, eh… ¡y
sigues teniendo los mismos ojazos!
-
- Sí, gracias.
-
- Eh, um… ¡oye te busco
al rato, me está entrando una llamada! ¡Bye!
Afortunadamente mi amiga sabe que soy un cavernícola. Me parece que le
doy como ternura cuando digo idioteces así.
Más recientemente, volví a decir otra cosa pero ahora en Twitter. Me
encanta Twitter porque puedes comentar acerca de cualquier discusión de tu interés
que esté en vivo en ese momento, e incluso interactuar con gente que de otra
forma nunca hubieras conocido. Así, en
una discusión de derechos animales, filosofía e historia, conocí a otra chica hace poco: abogada, amante del debate, y muy guapa.
Lo de lo guapa viene al caso.
En esta ocasión, alguien dijo lo siguiente: “¿Se han dado cuenta de que
en Twitter, las mujeres guapas obtienen seguidores muy rápido?”
La abogada guapa contestó: “Pues yo soy guapa y no me sigues.”
Estos eran los únicos dos comentarios en el hilo en el momento en que lo
leí. A mí, la aseveración del fulano me pareció una obviedad, así
que decidí contestarle:
“En otras noticias, el agua moja.”
El problema es que contesté de forma que ambos lo vieron,
pero parecía que la respuesta era para lo que ella dijo, o sea que pareció que
dije: “obvio que eres guapa”, en vez de “obvio que las mujeres guapas obtienen
seguidores rápido.”
La respuesta de ella, fue poner un par de besos.
La primera reacción que pasó por mi cabeza fue aclarar la confusión, pero
recientemente escarmentado con mi amiga, imaginé el diálogo en mi cabeza:
- -
Jaja no, no te decía
a ti, sino al que posteó el mensaje.
- -
…
- -
Um, eh, o sea pero sí
eres guapa, claro. Eh… LOL?
- -
…
-
- Eh, um… ¡me está
entrando una llamada! ¡Bye!
Mejor no puse nada y me fui a YouTube a buscar videos de gatos con mala
dicción. Ahí es más difícil regar la manteca.