sábado, 9 de febrero de 2019

Las tres decisiones más grandes del siglo XX – parte II


En la primera parte mencioné dos de las decisiones más importantes del siglo XX, ambas llevadas a cabo por individuos. La primera fue la decisión de Deng Xiaoping en 1982 de cambiar drásticamente el sistema económico de su país, ante la reticencia generalizada de la ortodoxia comunista. Su famosa respuesta sigue siendo relevante: “no me importa si el gato es blanco o negro, si caza ratones es un buen gato.” Más importante todavía fue, una vez tomada la decisión, el armar un plan de largo plazo para implementarla. ¿Qué tan largo plazo? Estamos a 36 años de esa decisión y aún no terminan. Por poner un ejemplo, su Reforma Educativa en tres fases comenzó en 1993 y hoy mismo estamos a mitad de la tercera fase, a concluir en 2023.

La segunda decisión fue básicamente la misma: cambiar un sistema inservible. Pero en la Unión Soviética y posterior Rusia de Gorbachev y Boris Yeltsin, no hubo plan coherente para sustituir eso que se pretendía tirar a la basura. Esto causó un desorden imparable que fracturó la economía por más de una década y potenció el crimen, la instauración de una nueva oligarquía económica y un sinfín de problemas más.

La tercera gran decisión del siglo XX no fue tomada por un individuo, sino por una nación en su conjunto, y la hace mucho más rara y mucho más espectacular. El pueblo al que me refiero es el pueblo inglés. La decisión fue tomada al terminar la Segunda Guerra Mundial y la decisión fue acerca de ni más ni menos que Winston Churchill.

Churchill es un icono político de Inglaterra y lo fue en vida. Nacido en 1874, a los 26 años ya era miembro del Parlamento y durante cuatro décadas se desempeñó como Secretario de las Colonias, Ministro del Interior, Lord del Almirantazgo y Secretario de Economía. Su personalidad era bien conocida, combativa, intensamente nacionalista (imperialista, digamos) y convencido de la grandeza de la Corona. Al mismo tiempo que era admirable por su liderazgo y eficiencia, era una persona que ejemplifica a la perfección los peores rasgos del colonialismo de la época: llamó a Gandhi “ese faquir desnudo” y no tuvo empacho de decir ante la Cámara de los Lores que “no veía ningún problema en usar armas de gas en contra de salvajes”.

Este hombre estuvo al frente de Inglaterra durante su “hora más oscura”, liderándola durante la guerra contra Alemania e inspirando a la gente y los soldados. Su famoso discurso de “we shall never surrender” es histórico. Pero llegó un momento en el que terminó la guerra, y en ese momento, tras años de caos y fatiga, se llamó a elecciones para elegir a un nuevo Primer Ministro.

En las elecciones, Churchill, el héroe, el líder, el inspirador… fue derrotado. En un momento de claridad, el pueblo inglés pensó que este hombre de guerra quizá no era la mejor opción para continuar en el proceso de reconstrucción.

Mientras Churchill estuvo en la oposición, Inglaterra salió de la tragedia de la guerra pero en un periodo tan frágil, era fácil criticar las acciones del gobierno. El poder militar del país se había reducido y no era sostenible mantener sus oprimidas colonias en todo el mundo. Así, tras un periodo de ataque a un gobierno desprestigiado, Churchill volvió a toma popularidad y fue electo como Primer Ministro de nuevo de 1951 a 1955. Las urgencias domésticas eran problemas de desempleo y vivienda, en lo que se trabajó con varias reformas, pero el talante imperial de Churchill se volvió a hacer patente con dos crisis coloniales. Tanto Kenia como Malasia pugnaban por su independencia y Churchill, fiel a sus convicciones, usó el poder militar para lidiar con ambas.

El mundo cambió pero él nunca quiso “presidir sobre el desmembramiento del imperio.” No era el hombre adecuado para lidiar con ese cambio que hoy, en perspectiva, podemos ver no sólo como inevitable sino justo.



VIDEO DEL DÍA

La actriz Ellen Page en el programa del comediante Stephen Colbert, hablando de los peligros del discurso del odio. Si una persona en una posición de poder normaliza el odio, esto tiene consecuencias. Las palabras importan e importan mucho:


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