Circle of Iron |
Permanecimos allí toda una luna hasta que, hastiado, me puse a vagar por
las calles de la ciudad. Así llegué al jardín de su dios. Los sacerdotes
vestidos de amarillo, paseaban silenciosos entre los árboles verdes, y sobre un
pavimento de mármol negro se levantaba el palacio rosado que sirve de mansión
al dios. Uno de los sacerdotes me preguntó qué deseaba. Le respondí que quería
ver al dios.
- El dios ha ido de cacería - dijo el
sacerdote mirándome con sus ojos oblicuos.
- Dime a qué selva ha ido, pues quiero cabalgar con él -repuse.
- Dime a qué selva ha ido, pues quiero cabalgar con él -repuse.
El sacerdote peinó los flecos de su túnica
con las uñas puntiagudas, y respondió:
- El dios está durmiendo.
- Dime en qué lecho, y velaré su sueño -respondí.
- El dios está en la fiesta - gritó el sacerdote.
- Si el vino es dulce, beberé con él, y si es amargo beberé también - respondí.
- Dime en qué lecho, y velaré su sueño -respondí.
- El dios está en la fiesta - gritó el sacerdote.
- Si el vino es dulce, beberé con él, y si es amargo beberé también - respondí.
El sacerdote, asombrado, me cogió de la mano y me condujo al templo. En
la primera cámara había un ídolo sentado en un trono de jaspe. Era de ébano
tallado y de la estatura de un hombre. Tenía un rubí en la frente y sus pies
estaban enrojecidos por la sangre de un cabrito recién degollado. Le pregunté
al sacerdote:
- ¿Es éste el dios?
Y él me respondió:
- Este es el dios.
- Muéstrame el dios - grité - o te daré muerte. Y le toqué la mano, que se marchitó enseguida. El sacerdote me
imploró diciendo:
- Cure mi señor a su siervo, y le mostraré
al dios.
Le soplé en la mano que se curó de inmediato. Temblando me condujo a un
segundo aposento, donde había un ídolo, en pie sobre un loto de jade. Era todo
de marfil y del doble de la estatura de un hombre. Tenía un crisólito en su
frente, y sus pechos estaban ungidos de mirra y cinamomo. Yo interrogué al
sacerdote:
- ¿Es éste el dios?
Y él me respondió:
- Este es el dios.
-
Muéstrame el dios - rugí - o te mataré sin vacilar.
Y le toqué los ojos, que quedaron ciegos.
El sacerdote me suplicó diciendo:
- Cure mi señor a su siervo, y le mostraré
el dios.
Le soplé en los ojos, y la vista volvió a ellos. Temblando de pavor, el
sacerdote me llevó entonces a una tercera estancia. Allí, ¡oh maravilla!, no
había ídolo ni imagen alguna, sino solamente un espejo redondo de metal,
colocado encima de un altar de piedra. Y dije al sacerdote:
- ¿Dónde está el dios?
Y él me contestó:
- No hay más dios que este Espejo, que es el Espejo de la Sabiduría.
Todas las cosas del cielo y de la tierra las refleja, excepto el rostro de
quien se mira en él. No lo refleja para que el que mire pueda ser sabio. Todos
los demás espejos son espejos de la opinión. Sólo éste es el Espejo de la
Sabiduría. Quienes poseen este Espejo, lo saben todo, y no hay nada oculto para
ellos. Y quienes no lo poseen, no adquieren la Sabiduría. Este es el dios que
adoramos nosotros.
Miré el espejo, y era tal como él me había
dicho.
* * *
- Oscar Wilde, en el cuento El Pescador y
su Alma, del libro Una Casa de Granadas
(1891).
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