En marzo de 2020 publiqué este tuit, en medio de una fiebre de conspiraciones que se estaban desparramando por las redes sociales cuando los primeros días de la pandemia de Covid:
Las teorías conspiratorias tienen un componente sicológico muy bien estudiado. El creer en ellas te hace sentir que perteneces a un grupo exclusivo, que sabe “LA verdad”: cosas que el grueso de la población no sabe porque son borregos inconscientes y controlados por grandes fuerzas malignas. Esto no sólo te hace sentir especial por tu superior entendimiento, sino que a la vez cumple dos objetivos más: el darte un sentido de pertenencia y el satisfacer esa necesidad ancestral de tener un enemigo bien definido, el “ellos contra nosotros.”
A grandes porcentajes de la población la vida moderna le causa sentimientos de alienación: las tecnologías cuya velocidad nos rebasa, y las tendencias globales y masificadas que son difíciles de procesar. De repente nos podemos quedar de un día para otro sin trabajo, a causa de un evento absolutamente ajeno a nosotros y que literalmente pasa al otro lado del océano. Estas frustraciones nunca han tenido la velocidad y la interconectividad del siglo 21: son cosas nuevas, pero lidiamos con ellas de maneras viejas: nos buscamos culpables.
Y para culpables nunca falta de quién echar mano: cualquiera que sea diferente por su raza, su ideología, su distancia. Así que ahí lo tenemos: problemas a velocidad y extensión nunca vistas, con soluciones cavernícolas.
Estamos en el siglo 21 y la cantidad de conocimiento que hemos acumulado a través de los siglos, con sangre, sudor y lágrimas de nuestras mejores mentes, es formidable. Pero nuestras mentes en general aún no están a la altura de nuestros conocimientos, y estamos ante esta disyuntiva:
La respuesta sigue siendo ambigua.
Por un lado, una gran cantidad de gente de repente se ha puesto a leer e informarse sobre qué es un virus y cómo funciona, cómo se manufacturan tradicionalmente las vacunas y por qué es necesario revolucionar esa industria, cómo se comporta típicamente una epidemia, y mil cosas interesantes más que nunca se nos pasaban por la mente.
Por otro lado, una cantidad importante de gente se va por su necesidad de una narrativa simple: quiere saber “quién es el bueno y quién es el malo.” Y por supuesto: el malo siempre es otro, de preferencia alguien que ya me era antipático. Y aquí, convirtiéndose en expertos instantáneos con la facilidad que dan un par de videos de YouTube, pueden darle rienda suelta a su fantasía en el mejor de los casos, y al racismo y la xenofobia en el peor.
Desde luego, que te digan “el grupo X tiene intenciones malvadas de dominar el mundo, tiene lugares secretos y además ¡piensa diferente que tú!” es mucho más fácil y atractivo de entender, que ponerse a leer acerca de proteínas que desdoblan en las membranas celulares, o de cómo evoluciona una inflamación en los alvéolos pulmonares.
Es básico: quienes se quieren aprovechar de una crisis para empujar sus narrativas saben que tienen la ventaja de la pereza mental: ellos tienen la historia atractiva, y los científicos tienen un montón de palabras obtusas.
Lo siento, pero no hay manera de endulzarlo; si quieres opinar, primero estudia para que puedas aportar siquiera una pregunta medianamente informada. No hay atajos para el conocimiento. Ver tres videos de YouTube con música terrorífica de fondo no te van a hacer que sepas más que decenas de miles de virólogos, médicos, epidemiólogos, estadísticos y expertos en políticas de sanidad, y que trabajan en extensas redes de cooperación, día y noche alrededor del mundo. Si crees que todas esas personas se pueden poner de acuerdo para crear conspiraciones y falsear la ciencia a la que se dedican, tienes que abrir un libro introductorio de ciencia y entender cómo es que funciona.
Entiendo que es más sencilla una narrativa de buenos y de malos, pero en el mundo real los enemigos son la ignorancia, los prejuicios y alguna estructura microscópica de ácido nucleico.
No los reptilianos de la quinta dimensión, ni esas personas que se ven diferente a ti.
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