miércoles, 27 de noviembre de 2019

Marcha del 1 de diciembre: pues, mucha suerte


Se los voy a decir sin rodeos: soy pesimista.
No en general. En general me considero lo contrario, una persona optimista y que ve las oportunidades de las situaciones. Pero en cuanto a la marcha del 1 de diciembre, soy pesimista. Les digo por qué.
No hay un mensaje articulado. El mensaje es meramente negativo, lo cual por sí solo no es malo pero no hay nada más allá de eso. Decir “estamos hasta la madre”, otra vez, no creo que funcione. La marcha más grande de la historia, la Marcha Por La Paz de 2004, también ante la misma persona, fue sumariamente desestimada con un “son pirrurris” y estoy seguro que pasará exactamente lo mismo esta vez. El “si no pueden, renuncien” fue en 2008 y tampoco pasó nada a pesar del impacto mediático que tuvo. El simple mensaje de hartazgo no basta: en este año se han realizado varias manifestaciones, algunas violentas, para atraer la atención sobre varios temas como la violencia de género; pero vivimos en un alud tal de manifestaciones, gritos y ruido en general, que no veo cómo, a menos que la marcha sea espectacularmente concurrida, ésta pueda ser diferente. Pero esta marcha no tiene un mensaje claro y articulado, y sobre todo:
No hay una voz que dé el mensaje. La oposición está tristemente disminuida y peor aún, muy fragmentada. No hay ni remotamente un líder que cohesione el descontento, como lo pudo hacer el ahora presidente en su momento: ese fue su fuerte. Hoy mismo lo que se necesita, además de un mensaje coherente y articulado, es la voz de un líder que le dé cara y forma. Esa persona no existe el día de hoy y no se ve quién pueda serlo de aquí a 2021. Pero lo peor de todo es que:
Puede desanimar más aún a la gente. No hay un plan de seguimiento, hasta donde yo veo. El mensaje es de hartazgo y quien lo quiere hacer visible es una masa amorfa de gente. Vale. Pero seamos claros: la gente que se está organizando para la marcha no forma un bloque que incluya a todos los actores y todos los estratos sociales. Ni de lejos. Para que tenga algo de impacto, la marcha tendría que ser, como ya dije, increíblemente concurrida: más que la de 2004 por lo menos. Idealmente, de ahí deberían salir dos ó tres figuras que se pongan de acuerdo y tomen la bandera para machacar con un mensaje de aquí a 2021. No se ve que haya preparación para eso. Lo peor que podría pasar es que la marcha no reúna a cientos de miles de personas y que sea desestimada de nuevo. ¿Qué pasaría? Que la gente se desilusione aún más con la crónica falta de solidaridad que tenemos en México, que crezca la apatía, y que una vez llegado 2021, claudiquen de su participación.
Lo que me da miedo de esta marcha es que es prematura. No hay un plan y, si no es gigantescamente exitosa, puede enfriar los ánimos más que galvanizarlos. En suma, puede ser un cartucho muy valioso, quemado antes de tiempo.

Con todo esto, de ninguna manera pienso que no se deba marchar. Algo hay que hacer, desde luego. Así que, ¡suerte a todos este 1 de diciembre y un abrazo desde el otro lado del mundo!

lunes, 25 de noviembre de 2019

Nos estamos volviendo locos

A ver señores, orden en la sala por favor.
El ruido es ya ensordecedor. Las declaraciones delirantes, se suceden diariamente desde el púlpito mal llamado mañanera, y se convierten en la orden del día para estar vociferando y olvidándonos de lo importante. Si tomáramos la mitad del tiempo que dedicamos a criticar esas sandeces en Twitter o a lado de la máquina del café, y lo empleáramos para ayudar a conectarnos, o a respaldar un proyecto local de una ONG, o simplemente a terminar esos reportes que le debemos al jefe, estaríamos mucho mejor. Y seguramente menos estresados.
Que si fue el Estado o que si no lo fue, es la más reciente burrada que nos hace poner el grito en el cielo.
Cierto que yo mismo critico el mal uso y el abuso del lenguaje, y que repetidamente he dicho que los regímenes autoritarios lo distorsionan para crear sus realidades. Tengo meses denunciando el #GansoSpeak de la 4T como un intento de crear un nuevo lenguaje repleto de eufemismos, equívocos, sustituciones tramposas y retórica divisiva. Lo seguiré haciendo.
Pero esta vez no es el caso.
El caso es que nos estamos volviendo locos y deberíamos serenarnos y ver las cosas por lo que son. Y seré el primero en admitir que yo también me aventé como gorda en tobogán cuando vi el encabezado: “el presidente dice que siempre no fue el Estado.” Así que ni tardo ni perezoso puse un par de tuits sarcásticos para aprovechar el trending topic y ver si eso me ganaba un par de seguidores, que es nuestra moderna moneda de cambio en el ciberespacio. Dime cuántos seguidores tienes…
Pero estoy divagando. Aquí está lo importante:
En la imagen están las palabras del presidente. Hay videos. Los podemos estudiar. Ahí no dice que “no fue el Estado”, o por lo menos no de la forma que medio Twitter lo interpretó, como si estuviera echándose para atrás después de años de decir que sí fue el Estado.
Respiren.
Lo que dijo en ese mítin, lo que está ahí escrito en la transcripción, es una sandez. Es una incoherencia que no debería merecer atención ni miles de horas hombre de desgarrarse las vestiduras. Fue, como se dice en inglés, un brain fart, o una cantinfleada. Cierto que lo que implica es tétrico, pero no dijo lo que todo mundo dice que dijo.
Aquí va.
Lo que está diciendo, que es una incoherencia, es esto: primero, que es difícil saber quién es el culpable cuando hay un crimen de Estado. Claro, porque el Estado no se quiere investigar a sí mismo. Hasta ahí todo bien. En ningún momento deja de implicar explícitamente que el caso Ayotzinapa haya sido perpetrado por quienes siempre ha dicho.
Lo que hace es decir que ahora, como él es el Estado, sí se puede saber quién fue, simplemente porque ahora el Estado —o sea él— es bueno. Desde luego que eso es una burrada a todas luces, y no tiene ningún sustento ni legal ni lógico. Es una revoltura retórica grotesca que no deja de implicar quién fue, pero abandona un término crucial, sólo para decir que ahora sí se puede saber quién fue.
Pudimos haber dicho, “otra cantinfleada más”, así como cuando le preguntaron del desabasto de gasolina y se puso a hablar de tortilleras. Pero elegimos tomar unas palabras mal dichas —sustentadas en una visión eminentemente voluntarista y torpe del gobierno— y torcerlas para ajustarlas a una narrativa que nos place: la que dice que un día dice algo y al día siguiente dice lo opuesto.
Que sí es verdad, pero esta vez no fue así. Sé que esta opinión no va a ser popular porque ya pasó un día completo de estar todo Cristo denunciándolo alegremente.
Ahora bien, no sé cómo va a terminar este nuevo episodio: quizá dé una corrección más estrambótica todavía en su siguiente conferencia de prensa. Pero es irrelevante cómo acabe; lo que sí sé es que dentro de pocos días habrá otro nuevo episoio que nos hará olvidar a éste. Así como hemos olvidado lo de:
“Si se pasan ya saben lo que les pasa”
Una señora arrodillada frente a él y su gabinete por más de un minuto
“La gente es como mascotas que hay que alimentar”
“Los médicos y enfermeras deben comprar las medicinas que falten”
“El narco es pueblo”
Y un largo, larguísimo y deprimente etcétera.
Este alud de barbaridades nos está volviendo locos. Serenémonos. Respiremos. Hay cosas más importantes que palabras mal dichas. Cierto que este abuso del lenguaje tiene que ser constantemente criticado y rechazado, pero esta vez no fue lo que creímos que fue.
No gastemos tanta energía en protestar como pollo descabezado. Lo mismo va para la marcha del 1 de diciembre, pero eso amerita un post aparte.

   

sábado, 23 de noviembre de 2019

10 años sin ti


Fue hace muchos años, en la cocina de la casa; estábamos juntos mi papá, mi mamá, mi hermana y yo. Hablando tonterías, haciendo comida, riéndonos.
En otras ocasiones he dicho que mi padre era un señor de antes: recio, de fuertes convicciones… y sobre todo casi incapaz de realizar actos afectuosos. Esa tarde en la cocina, pasó una cosa que siempre hemos recordado.
Él estaba al lado de mi hermana, de un lado de la barra. Mi mamá estaba del otro lado, cerca de la mesa, y yo estaba sentado. Por algún motivo inescrutable, mi papá abrazó a mi hermana, que tendría unos 15 años, y la besó.
Ella se quedó tan sorprendida como mi mamá y yo, pero lo único que alcanzó a decir fue, “papá, hueles muchísimo a cigarro.”
Mi padre había fumado toda su vida, desde los 14 años. Fumaba en el coche con las ventanillas arriba, fumaba en casa, en la mesa… fumaba más de dos cajetillas al día.
Hasta esa tarde.
Nunca, jamás volvió a tocar un cigarro en su vida.

Hace 10 años que se fue, con su mano en mi mano. Sus últimas palabras fueron “yo te quiero más.”

Fue un hombre libre, envidiable, generoso; que sabía arreglar cada problema con un destornillador, o con sopa y tortillas, o con un chiste, o con silencio.
Son 10 años pero te extraño como si fuera ayer. Podría intentar decir cuánto, pero las meras palabras no pueden expresarlo.
Recuerdo tu mano en mi mano, y tu última frase, y eso es suficiente.