Artículo original de Jennifer Mercieca, en Resolute Square (Dic. 14, 2022).
Agradezco a la autora y a la editora Lisa Sencal por su permiso para traducir este texto.
“Twitter no es un negocio”, dijo el autor republicano George Rasley hablando acerca de las revelaciones conocidas como Twitter Files por parte de Matt Taibbi y Bari Weiss. Abundó: “Twitter ha sido una operación política. Desde un principio, su único producto fue el poder de establecer y controlar narrativas políticas.”
A Rasley le encantaría que aceptáramos su forma de enmarcar la controversia de los Twitter Files: él quiere que pensemos en Twitter como una “operación política” disfrazada de negocio. El negocio de Twitter, afirma, es “el poder de establecer y controlar narrativas políticas.” Y de hecho sí lo es, pero esto no es en absoluto sorprendente.
Es una exageración decir que lo que hemos visto hasta ahora sobre las decisiones de moderación de contenido tras bambalinas sean prueba de una "operación política", pero esta opinión de Rasley acerca de la controversia revela cosas útiles acerca de lo que llamaremos Guerra de Encuadres Conceptuales (“frame warfare”).
La guerra de encuadres es la forma en que los propagandistas luchan para controlar cómo pensamos sobre las cosas, eventos, personas y controversias políticas. Alguien puede creer que la propaganda se limita a controlar lo que pensamos, pero los practicantes de estas oscuras artes saben que es igual de importante controlar cómo pensamos sobre las cosas.
El encuadre político es muy parecido a tomar una foto: si estás tomando una foto del Gran Cañón o de los nenúfares de Monet, es imposible capturar la totalidad de lo que ves. De hecho, limitarás cómo representas esa realidad, eligiendo qué es lo que vas a incluir en el encuadre. El acto de enmarcar una foto nunca es neutral, porque distorsiona la realidad mostrando ciertas partes y ocultando otras. Lo mismo es cierto para el encuadre político que se le da a cualquier evento.
Los encuadres políticos resaltan y ocultan cómo entendemos las partes que componen la realidad, pero además funcionan a un nivel más profundo: para dar forma a cómo pensamos. Los lingüistas George Lakoff y Elisabeth Wehling explican que todo encuadre permite y estructura nuestros pensamientos. Agregan que el cerebro procesa la mayor parte de la información que recibe, de maneras que son inaccesibles para la mente consciente: así lleva a cabo “un razonamiento que no notamos, sobre el que no reflexionamos y que no podemos controlar.” La exposición repetida a un marco conceptual cambia la forma en que nuestro cerebro procesa la información. Cuanto más se usa un encuadre para describir la realidad, más “pegajoso” se vuelve: el cerebro lo procesa de forma más fluida, pensamos solamente dentro de los parámetros de dicho encuadre y desde luego, pensamos con un sesgo cada vez más pronunciado acerca de aquello que se enmarca.
Siguiendo con Lakoff, si una pieza de nueva información no encaja fácilmente en sus estructuras conceptuales preexistentes, el cerebro a menudo la rechaza y tiende a olvidarla con rapidez. Otra cosa: no se puede luchar contra un marco dominante usando simplemente evidencia. Los marcos conceptuales fijados en el cerebro no se preocupan por los hechos presentes en otros marcos o por sus sentimientos: rechaza cualquier cosa que no se ajuste a sus estructuras existentes.
Debido a que todo este procesamiento de información ocurre de manera precognitiva (antes de llegar al pensamiento consciente), gran parte del tiempo no somos conscientes de que hemos adoptado un marco particular. Esto es, no podemos ver cómo nuestros cerebros han subrayado y ocultado el cómo percibimos las partes de la realidad, a menos que de explícitamente dirijamos nuestra atención hacia la observación de nuestros encuadres.
Todos somos vulnerables a este fenómeno, y esta es la razón por la cual gran parte de nuestro discurso político es la mencionada Guerra de Encuadres: la batalla para controlar cómo pensamos sobre las cosas.
Un ejemplo reciente de guerra de encuadres políticos proviene del gobernador de Texas, Greg Abbott, quien quiere que pensemos que EEUU está siendo invadido en su frontera sur. Si un político enmarca un tema de seguridad fronteriza como una “crisis humanitaria”, es muy diferente de enmarcarlo como “una invasión”. El problema de seguridad fronteriza cambia de forma profunda dependiendo de si es considerado una crisis humanitaria o una invasión: se destacan hechos distintos, se asocian diferentes emociones con el problema y la gente percibirá diferentes cursos de acción como más o menos prudentes.
Hay aquí mucho en juego, porque dentro de cualquier marco hay un conjunto definido de valores, supuestos, historias y políticas. La adopción de un marco (v.g. crisis humanitaria vs invasión) de hecho descarta el debate sobre el tema, y es por ello que los propagandistas se esfuerzan tanto por controlar no sólo si pensamos o no acerca de la seguridad fronteriza, sino cómo pensamos acerca de ella.
Gran parte de nuestro discurso político —ya sea en discursos, noticias o redes sociales como Twitter— es en realidad una batalla por controlar qué marco conceptual domina cada tema. Y de la misma forma en que nuestros cerebros adoptan encuadres sin la intervención de nuestra consciencia, la Guerra de Encuadres en la política casi nunca se reconoce ni se cuestiona.
Por ejemplo: ¿la seguridad fronteriza es en realidad una crisis humanitaria o una invasión? ¿Hay alguna forma más neutral de pensar al respecto? ¿Quizás una argumentación (siempre política) que no active tantos supuestos, valores y acciones polarizantes? Por supuesto que lo hay. Pero los propagandistas no quieren que pensemos en eso: promover su encuadre es la vía más rápida para manipular mentes, lo que lo convierte en un poderoso truco retórico.
Lo mejor para ellos es que nunca descorramos la cortina y veamos cómo usan sus encuadres para controlar cómo pensamos.
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