Lu Xun vivió de 1881 a 1936, una época definitoria en la construcción de la China moderna.
Las Guerras del Opio (1850s) y la constante intrusión de las potencias occidentales —más Japón y Rusia— habían acelerado el declive y la eventual caída de la última dinastía imperial en 1911. China se hallaba en plena crisis de identidad, con una mal fundada república que se había fragmentado en poderes regionales. Los comunistas iban en ascenso y se rebelaban contra los nacionalistas, que tenían el control del gobierno formal; varios jefes militares extendían su influencia en grandes partes del territorio, y los intelectuales se hallaban amargamente divididos entre reformistas radicales, conservadores a ultranza y un sinfín de posturas intermedias.
En medio de esta confusión, China quería reinventarse y hacer sentido del doloroso cambio de haber dejado de ser ese Imperio Central al que las naciones vecinas le rendían tributo, para convertirse en el “Hombre Enfermo de Asia”. En estas situaciones es cuando la sociedad se convierte en un hervidero de pensamiento, y en el caso de China fue disparado por el movimiento del Cuatro de Mayo de 1919: una respuesta social violenta y auto-afirmativa ante el tratado de Versalles en el que las potencias europeas victoriosas se repartían China por zonas.
Lu Xun creció viendo a su nación siendo desgarrada desde dentro y desde fuera, con su identidad perdida y tratando de “modernizarse” sin hacer otra cosa que pedir prestados parches culturales que mal cabían en su realidad social. Comenzó a estudiar medicina en Japón, pero la abandonó tras la experiencia que definiría su vida: al ver fotografías del Ejército Imperial Japonés ejecutando a un presunto espía chino, notó cómo la multitud de chinos no sólo estaban apáticos, sino que algunos hasta se veían interesados en la barbarie. En sus memorias escribió, “¿De qué sirve curar los cuerpos de los hombres si son sus almas las que están enfermas?”
De pensamiento liberal y simpatizante del comunismo, nunca se afilió al partido sino que continuó como pensador independiente y se convirtió no sólo en la voz y conciencia de su generación, sino en uno de los escritores más influyentes de la China moderna.
En sus obras pinta escenas de la sicología de su pueblo de forma inmisericorde, describiendo con fino sarcasmo la falta de solidaridad y de autocrítica, así como el daño que hacían las supersticiones arraigadas por milenios. Lu Xun despotricó contra muchas de las prácticas bárbaras e irracionales de la medicina china y contra los escritores hipócritas que sólo repiten fórmulas. Pero sobre todo, atacó el embotamiento del pensamiento, la idiotización causada por la inercia mental: por no querer preguntarse, y por no querer dejar de lado lo obsoleto que no funciona ante las nuevas realidades.
Necesitamos gente como Lu Xun.