Una vez más, se acercan las elecciones. Y una vez más, en esta sufrida
sociedad, se agudiza el hartazgo y entre otras cosas, se maneja esa teoría de “anular
el voto” que se ha popularizado en los últimos diez años. Me parece una mala
idea.
Ahora, la idea en sí misma de anular el voto no me parece mala, al
contrario me parece buenísima; es una expresión fortísima de esa, la más fuerte
de todas las armas que tienen los muchos sin poder, contra los pocos que lo
detentan: el boicot.
Lo que me parece malo de la idea es usarla en este momento específico,
en esta sociedad específica. Porque no funciona.
Me explico: el boicot es sin duda alguna el arma pacífica más poderosa
que existe para hacer valer la voluntad de una sociedad. Ha sido usado muchas
veces en la historia, y con éxito. No hay gobierno por poderoso que sea que
pueda resistirlo y el ejemplo más famoso es el de la “resistencia pacífica” de Gandhi
en la India, que no sólo derrotó, sino que exhibió y humilló nada menos que al
imperio más poderoso de la tierra, forzándolo a capitular y retirarse.
En años más recientes, los ciudadanos chinos realizaron un boicot comercial contra Japón en 2012 a raíz de las disputas territoriales acerca de
unas islas. Las empresas japonesas tuvieron pérdidas asombrosas e instaron a su
propio gobierno a suavizar su postura de confrontación.
Ahora bien, para que estas cosas sucedan se requiere de una cualidad
social sine qua non el boicot no funciona: la solidaridad. Esa solidaridad no
existe ahora mismo en México.
Pero detallo: no me refiero a la solidaridad que veríamos en caso de un
desastre, en la que muchas personas se pondrían a ayudar de inmediato o a
enviar ayuda desde lejos. Esa sí existe. La que no existe es la de la confianza
en los actos del otro. Para poder realizar un boicot se necesita marchar todos
juntos, porque sabemos que todos juntos podremos realizar algo. Las
manifestaciones callejeras en México son muchas, pero tienen un nivel de
desaprobación altísimo, por muchas causas además de la violencia y el desorden
que generan. Porque además, no estamos seguros de los “motivos” de esos
manifestantes.
La anulación de votos es una muestra de protesta civil pacífica que no
es nueva ni mucho menos. Los llamados “candidatos satíricos” son figuras que se
han usado desde hace mucho tiempo para manifestar la inconformidad con alguna
parte del sistema; usando desde payasos hasta animales. En el 2000, el cineasta
Michael Moore convenció a buena parte del electorado de Nueva Jersey a votar
por una planta en una maceta, en lugar de por el candidato oficial que iba a
ser reelegido sin oposición.
Pero ¿por qué digo que no funciona ahora mismo en México? Porque no
tenemos la “masa crítica de confianza” para llevarlo a cabo. Pensemos en una
prueba: no es poco común que haya iniciativas ciudadanas, popularizadas en
redes sociales, de apagar la televisión, o dejar de usar el teléfono un día, o
cosas así. Seguramente el lector las ha visto. ¿Las ha seguido alguna vez? ¿No?
¿Por qué no?
Le voy a decir por qué: porque no cree que funcionen; porque no cree que
si usted lo hace, suficiente gente más lo hará. Y se quedará usted solo como un
tonto sin usar el teléfono un día sin cambiar nada.
No confiamos en que los demás lo hagan. Así de sencillo.
Si fuéramos solidarios de esa forma, una acción de resistencia de ese
tipo sería devastadora: imaginemos que el 60 ó 70% de la gente en realidad
apagara la tele, o dejara el teléfono, o algo catastrófico: que no pagara la
tenencia ó el predial. No hay gobierno que pueda ignorar una cosa de esas dimensiones
y que no actúe en consecuencia inmediatamente.
Pero no lo vamos a hacer. Si no pago la tenencia yo, los demás no van a
confiar, y me voy a quedar solo con mi multa.
Es lo mismo para el voto nulo. Justificaciones hay muchas: “No quiero
legitimar a ninguno de los candidatos”, por ejemplo. Es perfectamente
entendible como enojo y es un sentimiento válido. Pero ¿útil? En absoluto. Si
estuviéramos tan hartos y fuéramos tan solidarios como para ir a la casilla y
que el 60% de nosotros anulara su voto, eso ya sería otra cosa. Sería
magnífico, sería histórico. Y no habría manera de ocultarlo. Estamos
protestando más, es bueno: pero no estamos siendo organizados ni estructurados.
Y no confiamos en los demás aún. No lo suficiente. ¿Vamos a dar todos el paso,
o me van a dejar gritando solo?
Los políticos obviamente vociferan todos contra el voto nulo, por causas
diferentes. A los que están arriba, les favorece (en un porcentaje manejable),
pero desde luego no lo van a decir; los que quieren llegar arriba, no les
favorece y se pintan de activistas patrióticos. Nada de lo que dicen es
relevante. Lo relevante es pensar cómo tenemos que entendernos como sociedad,
para poder realizar los cambios que necesitamos. Si hay elecciones, usémoslas
pero al mismo tiempo debemos construir formas de presión enfocadas a aquéllos a
quienes estamos eligiendo.
Tenemos las armas pero no las sabemos usar, y por lo pronto nos quedamos
poco más que quejándonos con los amigos frente a una cerveza. Eso no es útil.
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