jueves, 8 de mayo de 2014

Úlceras y estupidez



Hans Holbein, 'Un Tonto Admirando sus Muñecos', ilustración para el 'Elogio de la Estulticia'



   ¿Es la úlcera un legado de la civilización?
   ¿Será que la estupidez no conoce la angustia?


Esa cita, que suena más filosófica que científica, aparece de hecho en un libro de Gastroenterología de 1958,  de los doctores Mario Rebolledo Lara y Pedro Alemán Muciño.

Este comentario acerca de úlceras gástricas, relacionadas por mucho tiempo con el estrés, va más allá de la mera observación técnica: la idea que subyace aquí es muy antigua y se refiere a la estupidez - o más bien la inocencia - como una forma de sabiduría, y a la erudición y el ingenio - en este caso la “civilización” - como fuente de angustia.

Erasmo de Rotterdam (1466-1536), en pleno Renacimiento, hizo una ácida crítica al concepto de ‘Sabiduría’  propuesto por el humanismo de su tiempo, y en su libro Elogio de la Estulticia (1511) hace hablar al Bufón como representante de una sabiduría más alta:

  “Obra mal el que no toma las cosas como vienen, el que se refugia en los libros y no baja a la calle a pasear, el que no quiere acordarse de aquella norma sabia de los banquetes: o bebes o te vas; también  el que pretende que la comedia no sea comedia.”

Esa extraña sabiduría y levedad del bufón tiene una larga historia en muchas culturas, y se dice que es “prerrogativa del necio decirle las verdades en su cara al poderoso”.  Un bello ejemplo en poesía es La Plegaria del Necio (The Fool’s Prayer), de Edward Rowland Sill (1841-1887), en donde un rey en plena fiesta de la corte, pide al bufón hacer una gracia. El bufón declama un largo poema, que termina diciendo:

  “No hay bálsamo sobre la Tierra para curar nuestros errores;
   los hombres coronan al bribón, y sólo castigan
   a la herramienta que empuñó; pero tú, oh Señor,
   ten misericordia de mí, que soy tan sólo un necio!”

Tras oír esta declamación y este insulto velado, la corte se queda en silencio y el rey se levanta para ir a caminar solo por sus jardines, pensando para sí, “¡Ten misericordia de mí, que soy un necio!”


Como precedente de esta tradición Occidental de admiración por la ‘sabia inocencia’ está, por supuesto, Mateo 18:3:

  “En verdad les digo que si no se convierten y se hacen como niños, no entrarán en el reino de los cielos.

Y yendo un poco más atrás, hasta el siglo VI a.C. y del otro lado del mundo, tenemos al ‘maestro tonto’ por excelencia: Lao Tse, que es representado sonriendo y en el lomo de un buey mientras se aleja entre la bruma del bullicio de la corte, mientras deja tras de sí sus palabras:

  No es posible abarcar todo el saber.
   Otros se enardecen y disfrutan,
   como en un festín donde se sacrifica a un buey,
   o como cuando se sube a una torre en primavera.

   Pero yo quedo impasible,
  como el recién nacido que aún no sabe sonreír.
   Como quien no sabe adónde dirigirse,
  como quien no tiene hogar.
  Otros viven en la abundancia, sólo yo parezco desprovisto.
   Mi espíritu es caótico, como el de un ignorante.
  Todo el mundo está esclarecido, pero yo estoy en tinieblas.
   Todo el mundo resulta penetrante, pero yo soy lento y torpe,
   como quien va a la deriva en alta mar.
   Todo el mundo tiene algo que hacer, pero yo soy un inútil.

(Tao Te Ching, Cap. 20)


Lo bueno es que hoy por lo menos sabemos que las úlceras no las provoca el estrés, sino una infección que puede ser tratada con antibióticos. 

Pero eso no le resta valor a la ‘venturosa locura’ de los músicos, poetas y locos, de los que todos tenemos un poco.


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