Aquí algunas declaraciones clave en la historia del cambio climático, cuyas bases fueron descubiertas a mediados del siglo XIX:
Joseph Fourier es famoso por sus contribuciones a las matemáticas, pero también tenía un gran interés en su aplicación a fenómenos físicos y en especial al de la transferencia de calor.
A Fourier le intrigaba el por qué la Tierra es más caliente de lo que los cálculos le hacían predecir, así que su hipótesis era que algo en la atmósfera “atrapa” el calor: debía haber gases que ofrecían barreras a la transferencia de calor hacia afuera, y más aún: la concentración de dichos gases podría cambiar con el tiempo.
En un ensayo publicado en 1837, propuso: “El progreso de la sociedad humana junto con la acción de fuerzas naturales puede producir cambios considerables en la superficie de la Tierra, la distribución de las aguas y los movimientos del aire... Y tales efectos, a lo largo del tiempo, deben entonces producir variaciones en las temperaturas de cada región.”
— Joseph Fourier, The American Journal of Science and Arts, 1837
Un par de décadas después, Eunice Newton Foot llevó a cabo un experimento para descubrir qué gases “atrapan” el calor. Llenando varios cilindros con sendos gases, se dio cuenta de que el CO2 de hecho permanecía caliente por más tiempo.
En un artículo publicado en 1856, escribió: “Una atmósfera con alto contenido de CO2 le conferiría a la Tierra una alta temperatura.”
— Eunice Newton Foote, The American Journal of Science, 1856
Sin embargo Eunice, siendo mujer, encontró poco eco a su experimento. El irlandés John Tyndall, que construía medidores de todo tipo, se interesó por el tema y llevó a cabo un experimento mucho más formal y exacto. Sus resultados, comprobando lo dicho por Fourier y en especial por Eunice, le sorprendieron sobremanera. Vio que el CO2 no sólo atrapaba calor, sino que lo hacía mil veces más eficientemente que el aire normal. Así lo dijo en una serie de conferencias:
“Aquellos que, quienes como yo, han sido educados pensando que los gases transparentes son también transparentes al calor, sin duda se asombrarán de ver estos resultados que he atestiguado.”
— John Tyndall, On the Absorption and Radiation of Heat by Gases and Vapours, and on the Physical Connexion of Radiation, Absorption, and Conduction, 1861
Tres décadas después Svante Arrhenius, un físico sueco interesado en los mecanismos que provocan las glaciaciones, hizo una contribución más. Los estudios climáticos habían avanzado mucho, y se puso a trabajar con datos del geólogo Arvid Högbom, que estimó cuánto CO2 hay presente a través de las eras geológicas; así como con datos de Samuel Pierpont Langley, que había construido un detector térmico para calcular cuánta energía entra a la Tierra como radiación.
Con estos datos y el hecho de que el CO2 captura el calor para no dejarlo escapar, calculó que “si se duplica la cantidad de CO2 en la atmósfera, esto elevaría la temperatura global de 5 a 6oC. Este es un cálculo que ha sido corroborado en nuestros días.
En ese momento, a Arrhenius no le pareció demasiado preocupante porque pensaba que el nivel tardaría alrededor de tres mil años para crecer un 50%... sin embargo lo hemos visto aumentar 30% en tan sólo un siglo.
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Hasta ese momento, estos descubrimientos e hipótesis, aunque ciertas y muy adelantadas a su tiempo, crearon poco impacto y menos alarma. Además, tuvieron que pasar décadas de experimentación a mucho mayor escala y con mucha mejor tecnología, para poder realmente probar que la actividad industrial podía cambiar drásticamente la composición atmosférica y con ello los patrones climáticos. Sin embargo, una vez que se comprobó en los años 50, las opiniones han sido contundentes:
A finales de los 50, los suecos Bert Bolin y Erik Eriksson, avanzando en experimentos de medición de composición atmosférica y de la contribución de la actividad humana a su cambio, publicaron:
“La actividad industrial crecerá exponencialmente y el CO2 atmosférico podría aumentar en un 25% para el año 2000... el efecto de este cambio sobre el clima puede ser muy radical.”
— Bert Bolin and Erik Eriksson, Changes in the Carbon Dioxide Content of the Atmosphere and Sea Due to Fossil Fuel Combustion, 1958
Tan sólo siete años después ya había poca duda de la veracidad de estas afirmaciones y sobre todo de la gravedad de las consecuencias. En un reporte ambiental llevado a cabo por un comité especializado de la Casa Blanca, se lee:
“A través de la industrialización global, la humanidad está llevando a cabo un inconsciente experimento geofísico... Y esto modificará el balance térmico de la atmósfera a tal grado que pueden ocurrir cambios climáticos que no sean controlables con esfuerzos locales ni nacionales... El hielo antártico se derretirá, los niveles del mar subirán y su agua se acidificará, y las temperaturas se elevarán tanto en el mar como en los continentes.”
— Environmental Pollution Panel of President’s Advisory Committee, Restoring the Quality of Our Environment, 1965
Con todo este cuerpo de conocimiento a lo largo del último siglo y con los mismos resultados que fueron predichos, muchos se preguntan por qué no se ha hecho ni se hace más para atender este problema.
La respuesta es dolorosamente simple y nos la dio Carl Sagan en 1997:
“Hay una gran resistencia, parte de la cual viene del hecho de que se requieren grandes cantidades de dinero por parte del gobierno y la industria. Y por esta razón, cada vez veremos más intentos para desacreditar el fenómeno del calentamiento global.”
— Carl Sagan, “Ambush: The warming of the world” in Billions and Billions, 1997