Me despierto y veo una noticia espantosa en mi país. Y por espantosa quiero decir un desastre que produce muerte de inocentes, miedo generalizado y desolación. Una barbarie que en cualquier país medianamente civilizado provocaría consternación nacional y respuesta inmediata de todos los sectores.
Lo siguiente que veo es a las autoridades (in)competentes responder con una estupidez y una desverguenza y una inhumanidad de nivel galáctico.
Perdón, ¿dije galáctico? Quise decir nivel quasar. Más específicamente, el quasar SMSS J215728.21-360215.1, que no tiene rival en el universo conocido.
Y lo siguiente que pasa es que me da una rabia incontenible y deseos (inmediatamente cumplidos) de insultar al monitor de mi laptop por 10 minutos seguidos tomando aire sólo lo necesario para no perder la conciencia a media retahíla.
Luego recuerdo quiénes son y de dónde vienen y qué hacen ahí, y cabizbajo me digo que de qué sirve esta ira incandescente si no se puede y nunca se ha podido ni se podrá esperar más de tales entidades semovientes e intermitentemente conscientes.
Pero entonces recuerdo que mañana pasará un nuevo desastre igual o más espantoso, sin sentido, evitable. Y sé, de esa forma que a veces podemos saber el futuro sin la menor duda, que la respuesta será aún peor.
Y mi pobre monitor vuelve a ser receptáculo de una larga lista de insultos, mientras googleo qué cosa existe que sea más potente que un quasar.